Afectos a la capital

Escrito por: Andres Paredes - Docente Escuela de Comunicaciones

Uno de los momentos más llamativos fue ver la inmensa lista de actividades culturales por hacer en la fría, pero siempre acogedora, Bogotá. No se cansa la mente de imaginar todas las posibles variaciones de contenido que se podían llegar a tener con el ingenio y la mirada de veintitrés personas que, si bien ya han acostumbrado sus ojos, sus instintos y su caminar a lo que ofrece la ciudad, debían ir preparadas para dejarse sorprender por aquellas pequeñas cosas que siempre están allí, pero que, ante los afanes y el trasegar del día, se hacen invisibles para todos.

 

 

No es extraño empezar un día sin contratiempos. Quizá alguno llegue a tener relevancia con el correr de las horas y afecte significativamente lo planeado, pero este no fue el caso. O bueno, sí hubo un primer contratiempo que enfrentaron los estudiantes de la Escuela de Comunicaciones del municipio de Funza en la primera circulación del año. Sin embargo, no fue nada grave: el tener que desplazar un autobús dos calles no es el fin del mundo. Se comprende que hay prioridades ya en marcha y que no habría por qué interrumpir un evento estipulado por la administración municipal. La décimo tercera carrera atlética de Funza era un hecho, y trasladar un vehículo del municipio era una pequeñez que no merecía otra solución. A veces, lo más mínimo puede desencadenar un efecto dominó, pero depende del frente que se le haga al asunto si continúa esa sucesión de inconvenientes.

 

Tras casi veinte o treinta minutos de esperar a la última persona que haría parte de la salida, se emprendió el viaje. No sin antes reír un poco por un corto, pero suspicaz chascarrillo de la estudiante Erika, quien, ya metida en su rol de reportera, preguntó a Juanita González —precisamente la última en abordar el transporte­—, por su tardanza. Con esos alaridos de quienes ya estaban a bordo, dio inicio el ejercicio de investigación y observación de la ciudad de Santa Fe de Bogotá, o bueno, así se llamó en algún momento.

 

En un principio, Bogotá era conocida como Bacatá, en el idioma de la familia lingüística chibcha —más concretamente, de la población indígena muisca—, y significa «cercado fuera de la labranza». No obstante, una vez fundada la ciudad, su nombre pasó a ser Santa Fe, por allá en el siglo XVII. Según contó Alfredo Barón Leal, historiador del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, fue “Gonzalo Jiménez de Quesada, fundador de la ciudad en 1538, quien le dio el nombre de Santa Fe”.

 

Ya para el año 1819, el Congreso de Angostura le dio a Santa Fe el nombre de Bogotá, la capital, y al pueblo que vio crecer a muchos de los que hacen parte de la escuela lo llamó Funza, nombrado así por el río en el que sus habitantes se bañaban y pescaban, territorio que antes se conocía como Santiago de Bogotá. Tras la Constitución de 1991, se unificó el nombre a Santa Fe de Bogotá. Sin embargo, con el paso de los años, la capital dejó de tener tan refinado nombre para pasar a ser conocida simplemente como ‘Bogotá’, “la neverita” que recibe a todo aquel que llega en busca de oportunidades o de su oferta cultural.

 

 

Y ese sí era el fin de la circulación: llegar a la capital a recorrer y escudriñar un poco, desde su arquitectura, el comportamiento de la gente, sus sonidos, olores y sabores, ver si aún había algún rastro de lo que fue uno de los actos violentos que marcaron el territorio en los años ochenta: la toma del Palacio de Justicia por parte del grupo subversivo Movimiento 19 de Abril, o más conocido como el M-19. Esa actividad, simple pero investigativa, más allá de ser un análisis cartográfico o un intento de reconstrucción histórica, era la excusa perfecta para redescubrir todo lo que se ignora desde el sentido común.

 

Ver nuevamente, desde el fondo de la percepción, a quienes son la Plaza de Bolívar: por el maíz que venden para quienes llegan a entretenerse con las palomas —que cautivan o incomodan a visitantes, propios o extranjeros—; por la impresionante manera en que un fotógrafo ofrece sus servicios a través de un estenopo antiguo, pero eficaz, que captura y plasma a aquellos curiosos que se animan a posar para la foto; o por el inmenso corredor artesanal, en el que una gran cantidad de artistas de la bisutería, la pintura, las manualidades, la tejeduría y cientos de oficios más que faltarían por mencionar… fue una dicha compartida entre docentes y estudiantes. La ciudad no deja de reinventarse ni de sorprender, si se llega a ella con una mirada curiosa y dispuesta a ver eso que el afán del día manda al olvido por darle prioridad a lo que aqueja al ser, tras su paso por las antiguas, pero vivas calles.